La
valoración del objeto, la conducta o la creencia a partir de la que juzgamos y nos comportamos, es lo que
se viene a llamar actitud. La disonancia, es la tensión que se origina entre la forma en la que uno se comporta y la actitud que tienen frente al origen del comportamiento.
Un
ejemplo: Me
gusta estudiar y aprender, entonces, voy al colegio todos los días.
Estudiar
y aprender es la cosa sobre la que juzgo e ir todos los días a clase, la respuesta
o elección que hago a partir de ello.
Lo
que se entiende por actitud es el valor positivo o negativo de los estudios y
de acudir a clase.
Según
la teoría, con esa actitud, si no voy todos los días a clase me siento o
debería sentirme mal (disonancia). Además, no debería repetirlo, si así fuera,
me sentiría mal con migo mismo de nuevo. Lo que se acerca bastante a la realidad
o, al menos, a la interpretación que hacemos de lo que nos pasa.
La
teoría de la disonancia dice que se
hará lo necesario para evitar tal disonancia, o sea, que se corregirá la
conducta que choca con lo que queremos o pensamos en realidad.
Pero,
a la luz de la experiencia, ¿no hacemos cosas todos los días que son, de manera
irremediable, un calco de las que ya hicimos y que, sin embargo, no queremos
repetir, sintiéndonos mal por ello?
No
solo no deseamos repetir porque nos sintamos mal subjetivamente, sino que, a
menudo, las acciones que realizamos nos perjudican interna y externamente. Por
ejemplo, en nuestra salud y en nuestras relaciones de pareja, familia, trabajo,
etc.
El
truco está en la actitud, pero no exactamente en ella, sino en lo que hay de
tras de esta. Lo vemos:
La
manera de definir la actitud, a efectos prácticos, es la de: un “filtro”, no
consciente, que se utiliza para determinar el valor: positivo-negativo,
favorable-desfavorable, etc., de un objeto, idea, comportamiento, etc.
Pero,
¿qué construye ese filtro? El filtro es construido por las creencias sociales y
nuestra biología (genes), según la teoría, así como experiencias pasadas, los
estados de ánimo y estados corporales.
Un
par de ejemplos:
1)
Hoy estamos tristes (estado de ánimo) porque alguien en el pasado no nos dio lo
que creemos que es la oportunidad que nos merecemos, y, hoy, vemos que alguien niega
a otra persona un trabajo que creemos que esta se merece (observación de una
conducta). Este recuerdo (experiencia) y el estado de ánimo, generan un juicio
negativo (valoración negativa) sobre la persona que, según nosotros, no está
dando una oportunidad a quien se lo merece, por lo tanto, nos enfadamos
(conducta).
2)
Nos piden valoración positiva o negativa de una serie de personas, y sentimos
rechazo de pleno y sin mayor explicación (conducta) debido a creencias que compartimos
con nuestro grupo (en realidad no es que las compartamos como un intercambio, sino que son solo de nuestro
grupo, algo que recibimos a cambio de nuestra fidelidad, y no son un fruto de
nuestra experiencia personal).
De
la mayoría de las situaciones y decisiones ni siquiera somos conscientes. Las
actitudes son “filtros” que nos ayudan a tomar decisiones con un bajo coste
energético, ya que son automáticas y no requieren apenas de esfuerzo cognitivo.
El
problema es que, al ser un proceso inconsciente y automático, cuesta cambiarlo cuando
ya no es útil porque las circunstancias cambiaron o cambiamos nosotros.
Cuando
el automatismo que nos rescata de la necesidad de realizar un trabajo excesivo,
se convierte en una limitación, ya que entramos en él sin darnos cuenta y cuando
queremos hacerlo ya es tarde, entonces, tenemos un problema. El de la
incapacidad para cambiar la manera en la que nos comportamos. Es cuando nos
damos cuenta de que la actitud no nos
sirve en estos casos, no observada de una manera tan simplista como la
encontramos a pie de calle.
La
psicología ve correcta la interpretación de las actitudes para explicar el
comportamiento, porque resuelve que lo importante es la intención y no los
resultados, ya que estos, en muchas ocasiones, están determinados por
diferentes causas (estados de ánimo, sociedad, creencias, etc.).
Pero que se pueda mantener un concepto vivo dentro de una disciplina científica gracias a una pirueta conceptual, no quiere decir que este sea correcto en términos
de utilidad en la vida práctica. Por lo que no se puede aplicar directamente a
las personas ni a la explicación que debemos tener de nuestras experiencias y
posibilidades. Lo que es necesario es una transformación imposible de explicar
de manera perfecta, pero que sí ofrezca resultados palpables en cuanto a
mejorar nuestras vidas.
Cualquier
persona requiere de la capacidad suficiente para hacer las elecciones que la lleven a la experiencia
que necesita vivir, porque de lo contrario, su salud se va a resentir y, además,
no va a dejar de sentir la angustia y la tensión de la disonancia que existe entre lo que necesita vivir y lo que vive en
realidad. Un gasto energético que pasa factura con el tiempo (y no en mucho
tiempo en realidad, cualquier terapeuta puede ver que ya hay un problema de
este tipo en personas de todas las edades, ya sea por herencia, creencias
sociales, estados corporales, operaciones, enfermedades, etc.).
Por
esto, a efectos prácticos, la teoría del comportamiento y la actitud como base
para justificar las elecciones que se hacen, no es utilizable en la calle. La
idea, tomada así, confunde, porque pensamos que querer algo es poder
alcanzarlo, y juzgamos y pretendemos soluciones a partir de ello, lo que no
funciona.
Para
poder elegir de manera que no repitamos y poder alcanzar la meta que nos
proponemos en base a nuevas necesidades, es necesario un trabajo que no se
quede en la teoría de la actitud.
Alcanzar
una meta dependerá de más cosas. La salud es la capacidad de elección, el
conocimiento de uno mismo, también, de hecho, todo va ligado. Poder elegir depende de la
salud y el conocimiento de uno mismo, porque se cambian creencias de los demás
por un conocimiento personal, y porque se producen cambios en el estado de ánimo así como
en el corporal.
La
salud y el conocimiento de uno mismo, bien planteados, no son métodos alternativos,
esotéricos ni faltos de ciencia en el campo del crecimiento o el comportamiento
(aunque algunos se esfuercen por hacer que lo parezcan), sino que son los
métodos más genuinos de cara a este. Son “herramientas” útiles para
generar cambios que permiten alcanzar la meta deseada, porque facilitan, con
sencillez y sin esfuerzo, una transformación en todo aquello que crea el “filtro”, la actitud que luego determina la
conducta.
Conocerse,
cambiar una creencia, un alimento, sanar el cuerpo, etc. En general, cambiar el
estado del cuerpo y las creencias, hace más por nosotros que cualquier juicio de actitud sobre nosotros o nuestra historia personal.
David
GV.
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