“Al comprender como se porta y lo que quiere nuestro
sistema digestivo, podemos conseguir un buen estado físico, energético y
emocional.”
En el post anterior nos podemos hacer una
idea aproximada sobre el tipo de relación que tenemos con nuestro sistema
digestivo. Lo que explica de alguna manera, los posibles problemas que tenemos
o podemos terminar teniendo (para leerlo puedes pinchar aquí). Todo, con el objetivo de mejorar nuestra capacidad
para vivir a través de mejorar esta parte de nosotros.
Al comprender como se porta y lo que
quiere nuestro sistema digestivo, tenemos la oportunidad de conseguir un buen estado
físico, energético y emocional.
Todos entendemos, porque así lo
aprendimos, que los nutrientes se encuentran en el alimento, y que para
conseguirlo debemos ingerirlo. Por esto, es lógico el interés y la importancia
que se le da a lo que tomamos; entendemos que: “ya que no todo el alimento
tiene el mismo tipo de nutriente, la variedad y cantidad son importantes”.
Lo que no se suele tener tan en
cuenta, es otro elemento de la ecuación: cómo procesamos el alimento.
Entonces tenemos:
- Cantidad.
- Variedad.
- Capacidad para procesar el alimento.
El tipo de alimento nos proporciona la
oportunidad de elegir un nutriente específico para cada necesidad.
La variedad y la cantidad hacen posible que de ese u otros
componentes, tengamos disponible una cantidad suficiente.
Y el tercer elemento, la capacidad
para procesarlos, nos aporta la seguridad de que lo que comemos, no solo será
asimilado y utilizado por nuestro cuerpo (convirtiendo en útil el esfuerzo que
tuvimos que hacer de búsqueda de comida, ingestión y digestión de esta), si no
que, además, no nos hará daño.
¿Cuenta la información en
sí, o lo que se puede utilizar de esa información?
Cambiar uno de los tres elementos de
la ecuación, hará cambiar el producto y resultado: nutrirnos correctamente.
¿Contaron las horas de
estudio, o, además, y de manera transcendente,
lo que consigo retener de lo que
estudié?
Seguro que nos parecerán obvias las
respuestas, pero si nos las planteamos en el ámbito del sistema digestivo,
podremos ver que, quizá, no siempre actuamos con tanto sentido común:
¿Somos lo que comemos (como dice el
refrán), o, además y de manera muy importante, lo que podemos procesar de lo
que comemos?
Venimos de una época (la de nuestros
abuelos), en la que existía la carencia de uno o varios alimentos. Hoy en día,
en occidente, no tenemos este problema en relación a la cantidad, si no más
bien, en relación a la calidad.
No todo lo que metemos en nuestro
sistema digestivo es digerido y asimilado por este.
Puede ser que parte del alimento quede
sin ser asimilado, y, aunque tomemos las cantidades y la variedad correcta en
nuestra alimentación, tal vez, no estemos nutriéndonos suficientemente porque
en alguna de las fases de la digestión, el nutriente no pudo ser extraído y
añadido a nuestro cuerpo de la manera más correcta posible.
Sin embargo, el cuerpo siempre tiene
que invertir una energía y hacer un trabajo de digestión de todo lo que
comemos, y no siempre consigue obtener un resultado beneficioso para nosotros. Invertir
mucho y sacar poco, es la semilla
para que poco a poco aparezca un desgaste y agotamiento.
Es fácil comprender la necesidad de
“acudir puntualmente al baño”; de hecho, no hacerlo puede ser el primer síntoma
de que algo no va bien (si no es ahora, lo será en un plazo de tiempo no muy
largo, ya que el cuerpo necesita deshacerse de todos los desechos para no
quedar intoxicado).
No obstante, comer variado e ir al baño "puntual como un reloj", no es,
necesariamente, un sinónimo de estar cubriendo nuestras necesidades correctamente.
Por lo que necesitaremos también, valorar la capacidad de nuestro sistema
digestivo para asimilar el alimento.
A menudo
creemos que comiendo variado o “de todo”, y yendo al baño con regularidad,
estamos cubiertos; porque significa que tenemos todo tipo de nutrientes y que
eliminando lo que no sirve estamos limpiándonos.
Pero en
muchas ocasiones esto no es así, ya que para conseguir todos los nutrientes del
alimento: este tiene que estar bien digerido, transformado, y a de poder
atravesar las paredes intestinales para pasar al torrente sanguíneo.
Sin embargo,
una mala digestión del alimento hace imposible que a su llegada al intestino
este pueda absorberlo, pasando finalmente a ser expulsado si haber extraído de
él todo el nutriente.
Es tal la
importancia de esta capacidad de proceso del sistema digestivo para ponerse en
marcha y realizar su labor correctamente, que cuando falta, se pueden empezar a
dar muchos de los problemas que conocemos relacionados con el alimento, y
además, muchos otros que todavía no estamos acostumbrados a relacionar, pero
que cambian cuando se produce un aumento o una disminución en esta capacidad.
Algunos ejemplos son:
- Hinchazón de abdomen.
- Gases
- Retención de líquidos.
- Dolores de cabeza.
- Dolores de espalda.
- Cansancio.
- Somnolencia.
- Insomnio.
- Desequilibrios en la tensión arterial.
Hasta aquí hemos podido comprender la importancia que tiene para nuestro cuerpo la
capacidad del sistema digestivo para procesar el alimento, justo complemento de
una alimentación equilibrada en cuanto a la cantidad y la variedad, haciendo
que el esfuerzo dedicado a estas, sea realmente útil y no caiga en saco roto.
En el
siguiente post, intentaremos dar una respuesta a esta pregunta: ¿Dónde debemos
poner la atención para mejorar nuestra capacidad de proceso?
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